Después del partido de fútbol me dirigí a las duchas con mis compañeros.
Es agradable recibir la caricia del agua caliente sobre la piel, tras un baño de frío y barro en la cancha de juego.
El Padre Larrauri se acercó al cabo de un rato a la puerta de las duchas, sumidas en una niebla cálida y con unas palmadas mandó ir terminando con el placer del agua.
Horacio y yo nos hicimos los remolones un ratito más bajo el agua, se estaba bien.
Mi compañero y yo nos duchábamos de espaldas, por pudor, aunque reíamos y bromeábamos.
Al poco tiempo apareció el Padre Larrea sonriendo y con unas palmadas en las nalgas, le dijo a Horacio que éramos unos desobedientes.
Horacio gritó: ¡Corre, amigo, corre!
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