viernes, 25 de febrero de 2011

El obispo, la mula y el arriero

La gente de categoría, de alta alcurnia, no dice tacos.
La gente de nobleza de cuna, no tiene de qué arrepentirse, no huele mal, tiene las normas por sagradas, come con cuchara brillante y no mancha sus dedos con la salsa.
La gente bien, no invita, recibe en casa, tiene amistades, no amigos y está integrada y relacionada con todo el mundo bien pensante y bien viviente.
Pero cuando salen de su burbuja sanitaria y tienen que pisar el lodo de las calles, o transitar bajo el aguacero, necesitan un bruto de la chusma que les transporte impolutos, o les sujete el paraguas, para que no se enturbie su pureza de sangre, adquirida por la gracia de Dios, unas veces, o del dinero, casi siempre.
Al bruto chusmero se le desprecia y se le mal paga, pero se le necesita. Por lo tanto se sufren con resignación, sus desvaríos y sus reniegos, porque la clase baja sabe resolver problemas que la gente bien resuelve pagando, aunque sea poco.
Así me contó mi padre, que en cierta ocasión, hubo de transportar un arriero a un obispo a visitar una parroquia de su diócesis.  
Como quiera que se llegaba a aquellas fechas tras una semana de lluvias, los caminos se encontraban embarrados y en muy mal estado.
En medio de la nada, las ruedas se hundieron y el carro, ni para atrás, ni para adelante.
El arriero, consciente de la importancia y autoridad del señor obispo, arengó a su bestia con un desusado cariño.
¡Hala mulica, sácanos del lodazal! Y la mula sorda.
¡Venga animalito! agitando las riendas, da un tironcico. Y la mula necia.
Impaciente, el señor obispo, preguntó el porqué de aquella espera y el arriero le contestó que la mula estaba de huelga de patas caídas.
-¿No se puede hacer algo? Preguntó el obispo.
- Si su ilustrísima me permite hablar al animal en nuestro idioma, creo que podré solucionarlo.
-Haz algo, hijo mío, por el amor de Dios, dijo el obispo.
Así que haciendo chascar la tralla y al grito de ¡¡Arre, mula!!  ¡¡ mecagüenlaputalobispo!! El animal sacó el carro del bache como si vinieran mil demonios.
El obispo se santiguó y dijo: perdónale, Señor, este si sabe lo que hace, pero había que salir del bache.

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