martes, 5 de abril de 2011

BARRUELO, PUEBLO MINERO

 

 

Para llegar al pozo de Perajido, hay que andar casi tres    kilómetros desde el pueblo. La senda recorre esta distancia entre robles y brezos y va subiendo al monte, desde el que se ve el valle de Santullán, con sus aldeas desperdigadas entre praderas.

Porquera, Revilla, Nava (todas apellidadas de Santullán) el Santuario del Carmen. Un poco más allá, río Rubagón abajo, Cillamayor y a los propios pies del monte, Barruelo de Santullán.

Barrio Perché, barrios de San Pedro y de Santiago, barrio de La Gota de Leche, Casas Baratas llaman a la barriada de más moderna construcción en los años dorados de Barruelo.

Por la carretera que sale  desde las Casas Baratas, se llega a Vallejo de Orbó, pueblo hermano en lo de arrancar carbón a la tierra. Antes, a la salida del pueblo, los ojos pueden detenerse en el Alto del Tomillo, donde florecía cada fin de Marzo, una alfombra de lirones, que convertían  la colina verde en una montaña dorada por la selva de flores amarillas.

Barruelo se tiende al sol, como un animal dormido, en la ladera de una montaña alargada, mirando de frente al pozo de El Calero y como dice su himno, con la sierra por techo.

La Sierra Híjar está al norte, más allá de las camperas de La Pedrosa, lugar que las gentes de Barruelo gustaban de poblar los domingos de verano, para compartir viandas con los vecinos o intentar el baño imposible en las aguas, aún limpias pero heladas del río. Al otro lado de la sierra, Castilla y Cantabria se abrazan y se hablan en la misma lengua.

A principios del siglo XX, los campesinos y ganaderos de la comarca, aprendieron a horadar la tierra en busca de la hulla y repartieron su tiempo entre el ganado y la nueva ocupación, consistente en alimentar de combustible a las primeras locomotoras.

El Valle empezó a prosperar y a crecer hasta llegar la guerra.

En los años de la guerra incivil, las minas abandonaron la producción por falta de mano de obra. Los hombres huyeron del pueblo, unos para luchar, otros para esconderse de los Nacionales y la mayor parte de ellos, para las dos cosas.

Años de hambre y penurias, de odios que perduraron décadas y fusilados en las tapias del cementerio.

Después, llegada la paz de los vencedores, el valle empezó a prosperar, otra vez de la mano del carbón.

Los habitantes de la comarca resultaban insuficientes para la demanda de la mina y empezaron a llegar campesinos palentinos del sur, de los campos del sur, y con ellos mis padres.

Mis padres llegaron de la Tierra de Campos leonesa, buscando una vida más próspera, que la que les ofrecía la pobreza de un secarral, del que carecían de título de propiedad.

El trabajo era duro, peligroso, interminable, pero en él se podía disfrutar y aprender el compañerismo, la solidaridad.

El compañerismo era más una necesidad que una virtud, en una forma de vida que rayaba de cerca la muerte, que huía de los hundimientos y del grisú y que hacía que un hombre arriesgara la vida, para salvar a un compañero, en las rampas, con una inclinación del sesenta por ciento, con la certeza de que él haría lo mismo.

En los tiempos de Franco, no se fiaban de los mineros y con razón. Las autoridades debieron de pensar que la mejor forma de terminar con aquel nido de rojos, era educar a los niños a su manera.

Así para la educación de los hijos de los mineros, se creó (pienso que sin lograr todos sus fines) el Patronato Escolar Minas de Barruelo, donde impartían sus clases los Hermanos Maristas a los guajes y las Hermanas de la Caridad a las niñas y a los párvulos.

Pero los niños nos criábamos en un sitio donde los sindicatos se instalaron en el corazón del viejo sindicato vertical y los mineros consiguieron el tope de ocho horas de trabajo y más tarde de siete horas. Los mineros de Barruelo fueron un ejemplo de lucha sindical en la posguerra.

Poco más me pudo educar Barruelo. Al final de los años sesenta, el petróleo barato hizo de las hullas de Barruelo, que movían locomotoras, unas piedras obsoletas. Empezó la crisis de las minas, consistente como siempre hacen con los mineros, en dejar de pagarles su salario.

Seis meses sin cobrar, hicieron que el valor de la solidaridad entre aquellas gentes, subiera como la espuma. Los mineros aguantaron con las minas a plena producción para no ser despedidos sin indemnizar y provocar una negociación antes del cierre.

Mientras el pueblo se llenó de policías “discretos” y supongo que con la máquina represiva a todo gas. Mi corta edad de entonces, me impide recordar con claridad esos detalles, que sin duda existieron. Pero si recuerdo la sensación de derrota de todo un pueblo, la tristeza y la certeza de la necesidad de abandonarlo.

Muchos años después, vuelvo como un turista. Allí no tengo casa, ni familia, el secarral de Campos de mis padres, me ha adoptado y es ahora mi tierra, después de ser extranjero en el País Vasco. Pero cuando olfateo ese aire, cuando veo las ruinas de mi escuela, la decadencia sucia del Ademar, el Cine Olimpia destartalado y  el Alto del Tomillo,convertido en el Centro de Interpretación de la Minería, intento controlar la emoción y a veces no lo consigo.

1 comentario:

  1. Hola...me parece estupendo los recuerdos que tienes..del pueblo que te vio nacer.Pocas apreciaciones ..pero una si.El Patronato se creó mucho antes.

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