Tan pequeña que no cabe ni en la imaginación.
Una tarde hizo acto de presencia y me sacó de la siesta, cambió mis planes, hizo que me resultara todo menos importante en su presencia, como si de repente todo el mundo girase a su alrededor.
Pasó su brazo por mi espalda y al momento entró en mi vida con dolor, taladró el rincón más recóndito de mi cerebro y no supe muy bien donde me quemaban sus caricias.
Se apoderó de todos mis sentidos, agudizó mi olfato y me hizo estar pendiente de cada sensación que ella provocaba en mi cuerpo.
Mi boca decía, gritaba palabras que conducen al infierno. Mis ojos se abrían hasta salirse de las órbitas y otras veces se cerraban para no verla acercarse de nuevo a mi piel, temiendo sus arañazos en mi espalda.
Sus abrazos me proporcionaron dolores de parto una y otra vez hasta que al fin salió de mi vida de forma inocente mostrándose menuda y ligera como si se hubiera desgastado en nuestra relación.
Haré lo que sea para evitarla, la próxima vez que una piedra en el riñón quiera salir a pasear, de mi brazo.
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