miércoles, 4 de mayo de 2011

Los domingos, por el fútbol me abandonas.

futbol-tvYa hacía un tiempo que mi amigo y yo pasábamos -domingo si, domingo no- las tardes, en el campo de fútbol del equipo  de nuestra ciudad.

No era un gran equipo. Era de esos clubes que se pasan los años en la segunda división B y van dando algo de espectáculo, a fuerza de perseverancia de algún empresario local.

Eso si, la parafernalia del equipo quería ser la de un grande. Al saltar al terreno de juego sonaba el himno del club, por la megafonía, como una marcha de infantería presta para la guerra.

En aquel domingo del final de la primavera, el equipo libraba un encuentro definitivo.

Habían conseguido clasificarse para la liguilla de ascenso y la ciudad estaba pendiente del resultado, esperando un veredicto tras el último partido, que decidiese si nuestra ciudad, era una ciudad de segunda B o ya habíamos conseguido ser una ciudad de segunda.

Después de la comida de aquel domingo, mi amigo y yo, nos despedimos por unas horas de nuestras esposas, que nos miraron con resignación y se dispusieron a pasar la tarde al lado del televisor aburrido.

Los alrededores del estadio, mejor, campo de fútbol, eran un hervidero de gente que apuraba la faria, esperando la hora de comienzo del encuentro.

Cuando los dos equipos saltaron al terreno de juego, fue un estallar de banderas, bocinas y bocinazos, de voces y de aplausos y de algún insulto destinado a los contrarios, llegados de la ciudad vecina y que aspiraban a lo mismo que los nuestros.

La primera parte terminó en 0-0. Los dos equipos se respetaban demasiado, pero el empate no servía a ninguno de los dos.

La segunda parte empezó con nuestro equipo atacando, de forma desaforada, como si en el descanso hubiesen bebido alguna poción de furia. Pero el defensa central rival, cazó a nuestro delantero centro, que se retorcía de dolor y tubo que ser sustituido. Entre algún jugador de los dos equipos se llegó a las manos, llevando la peor parte los nuestros y siendo ignorado, de forma incomprensible por el árbitro.

Se pasaron así casi toda la segunda mitad, los nuestros atacando y ellos defendiéndose como gato panza arriba y los tacos dirigidos a las espinillas.

Pero a falta de cinco minutos, en un contra ataque de los visitantes, su delantero centro se quedó solo ante nuestro último defensor y de forma descarada se arrojó en el área, como si le hubieran tirado desde un avión.

El resultado fue que nos pitaron penalti y el colegiado puso en la caseta a nuestro central de un tarjetazo. Después, de un punterazo imparable por el centro, nos metieron el definitivo uno a cero, que terminó con las aspiraciones de nuestro club y nuestra ciudad.

El árbitro pitó el final en vista de que los ánimos se calentaban y todos a la caseta esquivando la lluvia de objetos, que además nos costaría una sanción.

Volvimos a casa con las orejas gachas y sin hacer la visita de las victorias, al bar de Paco.

Cuando llegamos a mi casa, en busca de nuestras esposas, nos pareció que del interior salían los gemidos de dos mujeres. Primero suaves, después se acompasaban los gemidos con unos golpes rítmicos, luego los gemidos fueron subiendo de volumen convirtiéndose en gritos. Era como si una provocase los gritos y gemidos de la otra, era un frenesí de locura .

Mi amigo y yo nos miramos y los dos creímos entender lo mismo, mi amigo comentó que aquello era lo que nos faltaba.

Metí la llave en la cerradura y entramos despacio, hasta el salón. Las dos estaban sentadas en el sofá, vestidas con sendos chándales y con cara de aburridas.

Mi amigo y yo nos miramos con alivio. En la tele disputaban a gritos un partido de tenis, Ana Kurnicova contra Venus Williams.

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