viernes, 17 de junio de 2011

Adinka

Pintia, necrópolis de Las RuedasAdinka, princesa del clan de los Fontar-Bee se despidió de su guerrero, un mediodía con el sol abrasando.

Él prometió volver triunfante, a los campos de sus antepasados, después de liberar a su pueblo del yugo de Roma.

Aunque Adinka tenía sangre de reyes vacceos, era hija de humanos y de dioses, había prometido al guerrero, solo hijo de humanos, mezclar su sangre a la vuelta del campo de batalla.

Ambos soñaban con la libertad de los vacceos, corriendo por las estepas. galopando con ansia la llanura, volviendo a ver reinar sus dioses en el lecho de los ríos.

Pasaban los días y el guerrero no volvía. Pidió al druida escuchar el oráculo de los dioses y los dioses no hablaron.

Una sombra oscura se extendió sobre los campos. Pájaros negros volaron sobre los tesos y el padre río cambió agua por sangre.

Un atardecer, los centinelas del castrum divisaron el turbio polvo, oyeron el retumbar de la tierra, al paso de las sandalias invasoras, vieron brillar el sol rojo en el dorado de las águilas, en el bruñido de las corazas, en el filo ensangrentado de sus pilum.

Y su pueblo huyó, se dispersó indefenso, en la ausencia de sus guerreros , y se refugiaron bajo el manto verde y frondoso de las orillas del río.

Ella lloró la ausencia de su guerrero, tal vez la muerte, y la desaparición de su estirpe bajo la espada de Roma.

Lloró lágrimas gruesas, que ardían al recorrer sus mejillas, y su llanto lo absorbió la tierra con avidez, como si quisiera apagar el fuego del odio al invasor.

Cuando los legionarios la encontraron , cerca del río, corrieron a apresarla.

Adinka sacó el puñal guardado bajo el manto y antes de clavarlo en su pecho gritó: Soy Adinka, hija del clan de los Fontar-Bee. Nunca veréis en la arena de vuestro circo a una princesa vaccea.

Cuando Adinka murió, la tierra devolvió las gruesas lágrimas recibidas, en grandes borbotones, que removían la arena y se formó una fuente fresca, que las gentes de aquella tierra llamaron Hontarbe.

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