lunes, 12 de diciembre de 2011

Una boca más

Presentado al concurso de cuentos de Navidad, convocado por la Asociación  de Mujeres Progresistas de Villamuriel de Cerrato.

NavidadNunca antes lo había hecho, pero esta vez la mano se le escapó hacia la estantería en la que se amontonaban las pastillas de turrón y escogió la más cara.

Salió de la tienda a zancadas, temiendo ser descubierto, con la vergüenza escondida bajo la chaqueta.

Desde que José perdió el trabajo en la carpintería metálica, todo se había amontonado en su contra.

El desahucio del piso donde vivía, el divorcio , el paro, el vivir en la calle, el mirar con los ojos grandes y la cara sucia a quienes le despreciaban desde su mejor suerte.

Había dejado sola a María en el viejo pajar abandonado, en el que se cobijaban desde que empezó el invierno.

María tampoco tenía trabajo desde que descubrieron en la empresa, que su vientre se abultaba por días. Su contrato temporal venció y el jefe de recursos humanos le enseñó con amabilidad la puerta de la calle.

La cola del comedor de Cáritas fue su lugar de citas, el alto del puente, el balcón idílico desde el que observar los atardeceres del ir y venir de coches y el viejo pajar abandonado, en el que compartían sus sueños, les hizo más que novios hermanos de hambre.

Por la calle alborotaban la noche las luces de Navidad, desde las tiendas salía el sonido dulzón de los villancicos y la gente iba de un lado a otro cargada con paquetes de regalos, bolsas con comida y demasiada prisa.

A María el vientre a punto de estallar y la llegada de las navidades, le habían llenado el cuerpo de melancolía y las lágrimas le rebosaban a menudo.

José se sentía impotente ante tanta tristeza y empezaba a contagiarse. Pensaba en cómo sería la llegada del niño para ellos. Llamaría a una ambulancia, correrían al hospital y al menos María y el niño estarían alimentados y calientes.

Aquella mañana cuando vio llorar otra vez a María, se puso a hacer el payaso para arrancarle una sonrisa y prometió celebrar la Nochebuena como debe ser.

Por eso robó la tableta de turrón, por eso corría ahora, entre temeroso y eufórico hacia su hogar, triste hogar.

Miró de reojo al coche de policía, que pasaba despacio junto a él. Y aunque le pareció que ellos lo sabían todo, pronto aceleraron y se alejaron dejando en él un suspiro de alivio.

El viejo pajar abandonado se encontraba a las afueras de un pueblo, que antes fue agrícola y que después, prosperando con la industria, se fue alejando de la vida rural.

Al salir de la luz de las últimas farolas, José se dio cuenta de que esa noche la helada era de aúpa. La hierba escarchada crujía bajo sus pies y las estrellas brillaban tanto que parecía que quisieran abalanzarse sobre él.

Cuando empujó la puerta destartalada del viejo pajar abandonado, oyó los gritos y los lloros de María.

María estaba sobre el colchón con la ropa mojada, las piernas abiertas y los dientes apretados, mordiendo el dolor.

A José le atacó el pánico en un primer momento y empezó a ir de María a la puerta y de la puerta a María, hasta que un grito con fuerza desgarrada, le hizo ver como aparecía la cabeza del niño.

José corrió a ayudar a nacer al niño y de pronto sus manos se tornaron sabias, aliviando el dolor de María, hasta que un llanto rasgó el aire frío del pajar.

Tras cortar con la navaja el cordón que había unido dos vidas para siempre, envolvió al niño en su chaqueta y se lo entregó a María.

Te he traído turrón, le dijo enternecido, feliz Navidad.

Mientras María mordisqueaba el turrón José dijo: Una boca más que alimentar.

María le miró con los ojos grandes y le respondió: Una boca más para pedir justicia.

2 comentarios:

  1. Sin comentarios. Extraordinario, amigo Luis. Felices fiestas y que el año nuevo nos traiga al menos el trabajo que el pasado nos negó. Un abrazo ...

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    1. Gracias, amigo Mauro.
      No nos conformemos ya con trabajo. Hemos de exigir sobre todo dignidad.
      Feliz año nuevo y lo que queda de viejo.
      Salud.

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