viernes, 15 de agosto de 2014

Klutxis

Hasta hoy, muy pocos lo sabemos, pero los Klutxis viven desde hace tiempo entre nosotros.
Como se propagan las infecciones por el contacto, el pueblo Klutxi se ha pegado a nuestra vida de una forma irremediable, si la humanidad no toma conciencia de su presencia entre nosotros y decide finalmente combatirlos.
¿Cómo íbamos a imaginar que las ondas de radio, que enviamos al espacio buscando vida, no sólo la encontrarían, sino que nos la traerían a nuestro planeta?
Los Klutxis son unos seres diminutos en su estado natural, del tamaño de un ratón de campo, pero milenios de evolución les permiten adaptar su tamaño a cualquier medida, para aprovechar las posibilidades de vida en cualquier circunstancia o ambiente.
Un día el pueblo Klutxi captó unas señales de radio, viajando a gran velocidad por el espacio, y provenientes del planeta Tierra. En esas ondas, viajaban imágenes de la Tierra, sonidos y miles de detalles sobre la vida en nuestro planeta.
A los Klutxis les gustó nuestro mundo en general, pero se quedaron encantados con unos seres inmaduros que parecían disfrutar de la vida sin orden ni medida: los humanos adolescentes.
Su inteligencia colectiva decidió viajar a la Tierra para aprovechar y disfrutar de esa característica de los adolescentes que a ellos les fascinaba: El caos en sus habitáculos.
Los Klutxis necesitaban diversión, su vida era tan, tan perfecta y con tan pocas posibilidades de disfrute, que siglos de educación les estaban haciendo unos seres infelices. Necesitaban trasgredir normas, subvertir el orden, sembrar el caos o vivir donde lo hubiera, pero necesitaban de maestros en esas artes que les instruyeran.
Redujeron su tamaño al mínimo y se montaron sobre las ondas de radio que rebotaban en su mundo y volvían a la tierra y en pocos años llegaron a nuestro planeta y se esparcieron por él con la velocidad y la alegría de niños saliendo al recreo.
Encontraron un método muy efectivo para su expansión. Decidieron cabalgar sobre los electrones de las líneas de distribución de energía eléctrica y así, a la velocidad de la luz, se propagaron por cada casa, por cada edificio, por cada instalación que necesitase energía.
Después ocuparon todos los aparatos electrónicos que usan los adolescentes y no quedó ordenador ni teléfono móvil sin la infección Klutxi.
En mi casa, después de cabalgar los electrones, se instalaron en la cámara que queda entre el adobe primitivo y las placas de yeso que cubren y enderezan las paredes. Allí volvieron a su tamaño natural y decidieron hacerse con mi hija y su prima que a veces nos visita.
El intercambio estaba claro: Vosotras nos dejáis corretear por la habitación y desordenar cosas, pisar ropa, deshacer camas y asolar otras habitaciones de la casa, en particular el cuarto de baño, y a cambio nosotros haremos que funcione de maravilla vuestro móvil y vuestro ordenador, ya sabemos que debido a vuestras pocas precauciones, pilláis a menudo infecciones de virus, gusanos y troyanos, pero nosotros acabaremos con ellos si aceptáis el trato.
Que las chicas aceptaron el trato no necesito contarlo y que empezaron las clases de caos con entusiasmo por parte de profesoras y alumnos y con unos resultados dignos del mejor colegio de pago, tampoco.
Se amontonaron prendas por el suelo. Aquí una camiseta, allí un sujetador, allá unos pantalones sucios, acullá unas zapatillas. La mesa fue presa del mas delicioso de los desórdenes, un libro abierto sustentando un par de calcetines, unos cuadernos esparcidos, las puertas y cajones de los armarios abiertos, los visillos de las ventanas por el suelo, el edredón de la cama también, las sábanas arrugadas, la almohada luchando por no caer de la cama por un lado, bolsas de pipas, restos de comida y un montón de Klutxis ebrios de felicidad.
Así llegó a la casa un tiempo nuevo en el que las chicas y su desorden, con la ayuda de los Klutxis se apoderaron de todo. Al desorden que ya describí de su habitación se sumaron luces encendidas, puertas abiertas, grifos sin cerrar, charcos (sí, charcos) y desorden en el cuarto de baño, ruidos y risas a deshora, remoloneos para acostarse y para levantarse, malas contestaciones y protestas continuas.
Los Klutxis eran al fin felices, pero las chicas no tanto como ellas pensaban. Por un lado vivían despreocupadas, pero por otro la presión en la casa iba en aumento. Cada vez costaba más trabajo restablecer el orden, cuando los padres lo exigíamos a cambio de la fiesta de algún pueblo y cada vez resultaba más desagradable la vida entre tanta suciedad y desorden como producían esos bichos insaciables.
Mi mujer sospechaba que algo raro pasaba porque Lucas Martínez, nuestro perro, gruñía al pasar junto al cuarto de baño o al lado de la escalera que sube a las habitaciones de la casa. Un día Lucas Martínez, como buen perro de caza, apareció con un bicho extraño entre los dientes. Mi mujer corrió a subirse a una silla, como hacía cada vez que veía un ratón, pero se le atascó el grito al ver que eso era otro animal diferente. Lucas Martínez salió con el Klutxi a invitarlo al almuerzo en el corral a la sombra de la mesa y el sexto sentido de mi mujer subió como un tiro las escaleras y abrió la puerta de la habitación de las chicas sin llamar.
¿Qué está pasando aquí? En ese momento el tiempo se detuvo, las chicas se sobresaltaron y un millón de Klutxis se paralizaron por un momento, antes de huir despavoridos por los agujeros de los enchufes de las paredes.
Las chicas confesaron todo entre lloros y decidimos vivir un día entero sin corriente eléctrica y con un orden y limpieza exquisitos en la casa.
Parece que los Klutxis se han largado montados en las ondas de Radio María, no sé si asustados por mi mujer o asqueados por tanto orden, pero parecen habernos dejado en paz.
Ahora nuestra misión consiste en descubrirlos para que los habitantes de la Tierra nos libremos de esa peste, encerrándolos en una cápsula espacial que viaje directa a un agujero negro.

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