viernes, 30 de enero de 2015

A la luz de las candelas

CIMG0170Os lo cuento a los que como yo, un día despertasteis con el estallido de la pólvora rompiendo el hielo de la mañana y escuchasteis por primera vez como una dulzaina rasgaba el silencio frío de una mañana de fiesta.

Después hemos visto generación tras generación cómo entre todos recordamos quienes somos. Conocemos nuestras caras y nuestras casas, cada canto de nuestras calles y de donde sopla el aire cuando doblamos una esquina.

Pagamos una deuda antigua con chorros de nuestra alegría, a quien hace siglos nos dio posesión de los pastos de nuestros ganados y la leña de nuestros hogares, las vigas de nuestras casas y el agua de nuestras fuentes.

El precio era barato pero a largo plazo y nosotros le dimos valor a nuestros pagos.

Hicimos ramos de encina adornados de flores de papel y dulces y  los brazos más jóvenes y más poderosos lo llevaron hasta donde se cumple el voto.

Nosotros seguíamos al rey de la juventud y a la reina de nuestras más delicadas flores. Cantábamos y bailábamos y el fuego de las candelas encendidas purificaba nuestras almas y borraba nuestros rencores viejos. La vida volvía a nuestros campos cada año despertando de un invierno desesperanzador, justo al florecer el almendro.

En un eslabón se rompió la cadena del tiempo y fuimos desposeídos de nuestros tesoros, pero la deuda sigue en pie. Está escrito “en cada un año e para siempre jamás”

Se lo debemos a quienes durante siglos nos enseñaron a pagar, se lo debemos a los que vendrán detrás para que se nutran de la tierra que será nuestra tumba  y nos lo debemos ya a nosotros mismos porque esa deuda nos ha dado nombre.

Y volverá otro año a sonar vivo nuestro recuerdo:

Toma, Rey, el ramo en vuelo

y cumple las tradiciones

que con sobradas razones

dejaron nuestros abuelos.

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